Alcaldías serán las encargadas de garantizar el libre ingreso a las playas del litoral. (Foto: Raúl García)
Hay que saludar la decisión del Congreso de aprobar un proyecto que establece normas más claras y específicas a las que actualmente hay – y nadie cumple ni las autoridades hacen cumplir – para garantizar el libre tránsito de personas por las playas y otros espacios públicos. Incluye, para infractores, penas de entre dos y tres años de cárcel. Solo falta que el Ejecutivo promulgue esta iniciativa.
No es que sea ingenuo y crea que la discriminación y el racismo desaparecerán con una ley. Pero cualquier intento de combatir esta situación es bien recibida. Actitudes racistas y discriminatorias están en la piel y el origen de cada persona, y en algunos casos de forma más conciente que otros. Incluso quienes creemos en la igualdad hemos discriminado, por distintas razonas, alguna vez. Ya en el siglo XVIII Rousseau decía que la igualdad era un derecho que ningún poder humano podía convertir en un hecho, palabras que nunca perderán vigencia.
Pero lo que está pasando en Asia, aquel gueto al sur de Lima que consagra la frivolidad, la estupidez y el hedonismo, ya es indignante. Nadie duda que es un derecho de cada quien ser frívolo, estúpido y hedonista – el que puede, puede y el que no, que aplauda –, pero de ahí a lesionar la dignidad de las personas como única forma de sentirse superior no se puede aceptar. Ese es el caso, por ejemplo, de las empleadas domésticas que trabajan en las modernas casas de playa de Asia. Se les obliga a vestir de blanco, para que nadie dude de su condición; se les prohíbe hacer amistad entre ellas (¡no pueden andar en grupos de tres ni reírse con soltura!), y tampoco pueden bañarse en el mar hasta que el sol se hunda en el horizonte. “Sí no te gusta mamita hay otras chicas como tú que estarían fascinadas de trabajar aquí”, alegan las señoronas plásticas ante eventuales ‘peros’ de las agraviadas. Parece que la imbecilidad humana, en muchos casos, – no en todos, hay honrosas excepciones – es directamente proporcional a la cantidad de dígitos de las cuentas bancarias, y si están en algún paraíso financiero del caribe, mejor.
¿Por qué ese ánimo de humillar y de agraviar a las personas, de hacerlas sentir inferiores?; ¿por qué se empeñan en acentuar esa grieta social que los separa?; ¿necesitan refregarles en el rostro que no pertenecen al mundo que ellos – con su plata y con su clase – construyeron para sí?; ¿por qué hacerles la existencia más dura de lo que ya es seguramente?. No se dan cuenta que con esa actitud solo engendran odio y resentimiento, y no envidia. Están en su legítimo derecho de ostentar toda la opulencia exterior que les sea posible, y se agradece la consideración que tuvieron al irse más de 97 kilómetros al sur de la realidad, pero la pobreza de espíritu que demuestran con tanto orgullo no es justificación para pisotear la dignidad de la gente a la que emplean para labores tan dignas como las domésticas, y, en algunos casos, también para satisfacer los bajos vientres de los señorones y señoritos de la casa.
No esperemos a hacer lo correcto porque una ley lo dice. Asumamos un compromiso personal de rechazar prácticas de discriminación y racismo, vengan de donde vengan, porque no solo se discrimina en Asia. Se discrimina, y por motivos diversos (sexo, raza, religión o por simple ignorancia), en casi todos los ámbitos de actividad humana: para prohibirte el ingreso a un restorán te dicen que ahí no venden chanfainita con mote; en una empresa te explican, para negarte una plaza, que tu perfil no encaja con el requerido y el rechazado no entiende nada, vuelve a revisar su hoja de vida, confundiéndose más, hasta que se da cuenta que olvidó colocar, junto a su competente perfil profesional, una fotografía suya; la tabla de valores que algunos medios de comunicación parecen tener a la hora de abordar una noticia consigna que la muerte de un americano, de un inglés u otro ciudadano de cualquier latitud occidental, equivale a la masacre de 100 iraquíes, somalíes o sudaneses. ¿Cambiarán este tipo de actitudes? Dicen que la esperanza es un instinto que solo el razonamiento humano puede matar.
No es que sea ingenuo y crea que la discriminación y el racismo desaparecerán con una ley. Pero cualquier intento de combatir esta situación es bien recibida. Actitudes racistas y discriminatorias están en la piel y el origen de cada persona, y en algunos casos de forma más conciente que otros. Incluso quienes creemos en la igualdad hemos discriminado, por distintas razonas, alguna vez. Ya en el siglo XVIII Rousseau decía que la igualdad era un derecho que ningún poder humano podía convertir en un hecho, palabras que nunca perderán vigencia.
Pero lo que está pasando en Asia, aquel gueto al sur de Lima que consagra la frivolidad, la estupidez y el hedonismo, ya es indignante. Nadie duda que es un derecho de cada quien ser frívolo, estúpido y hedonista – el que puede, puede y el que no, que aplauda –, pero de ahí a lesionar la dignidad de las personas como única forma de sentirse superior no se puede aceptar. Ese es el caso, por ejemplo, de las empleadas domésticas que trabajan en las modernas casas de playa de Asia. Se les obliga a vestir de blanco, para que nadie dude de su condición; se les prohíbe hacer amistad entre ellas (¡no pueden andar en grupos de tres ni reírse con soltura!), y tampoco pueden bañarse en el mar hasta que el sol se hunda en el horizonte. “Sí no te gusta mamita hay otras chicas como tú que estarían fascinadas de trabajar aquí”, alegan las señoronas plásticas ante eventuales ‘peros’ de las agraviadas. Parece que la imbecilidad humana, en muchos casos, – no en todos, hay honrosas excepciones – es directamente proporcional a la cantidad de dígitos de las cuentas bancarias, y si están en algún paraíso financiero del caribe, mejor.
¿Por qué ese ánimo de humillar y de agraviar a las personas, de hacerlas sentir inferiores?; ¿por qué se empeñan en acentuar esa grieta social que los separa?; ¿necesitan refregarles en el rostro que no pertenecen al mundo que ellos – con su plata y con su clase – construyeron para sí?; ¿por qué hacerles la existencia más dura de lo que ya es seguramente?. No se dan cuenta que con esa actitud solo engendran odio y resentimiento, y no envidia. Están en su legítimo derecho de ostentar toda la opulencia exterior que les sea posible, y se agradece la consideración que tuvieron al irse más de 97 kilómetros al sur de la realidad, pero la pobreza de espíritu que demuestran con tanto orgullo no es justificación para pisotear la dignidad de la gente a la que emplean para labores tan dignas como las domésticas, y, en algunos casos, también para satisfacer los bajos vientres de los señorones y señoritos de la casa.
No esperemos a hacer lo correcto porque una ley lo dice. Asumamos un compromiso personal de rechazar prácticas de discriminación y racismo, vengan de donde vengan, porque no solo se discrimina en Asia. Se discrimina, y por motivos diversos (sexo, raza, religión o por simple ignorancia), en casi todos los ámbitos de actividad humana: para prohibirte el ingreso a un restorán te dicen que ahí no venden chanfainita con mote; en una empresa te explican, para negarte una plaza, que tu perfil no encaja con el requerido y el rechazado no entiende nada, vuelve a revisar su hoja de vida, confundiéndose más, hasta que se da cuenta que olvidó colocar, junto a su competente perfil profesional, una fotografía suya; la tabla de valores que algunos medios de comunicación parecen tener a la hora de abordar una noticia consigna que la muerte de un americano, de un inglés u otro ciudadano de cualquier latitud occidental, equivale a la masacre de 100 iraquíes, somalíes o sudaneses. ¿Cambiarán este tipo de actitudes? Dicen que la esperanza es un instinto que solo el razonamiento humano puede matar.
1 comentario:
Mira, a mí me gusta Asia para ir a tonear los fines, y de hecho voy, pero creo que tienes razón cuando criticas el racismo contra las empleadas... es ridiculo humillarlas asi pero no creo que la situacion cambie, el que tiene plata aqui hace lo que le da la gana.
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