La miniserie sobre la Guerra del Pacífico que iba a difundir la televisión nacional chilena generó una reacción desmedida e innecesaria en los gobiernos de Perú y Chile, al punto de que el primero hizo un lobby ante el segundo para evitar la propalación de esta producción televisiva que nadie – salvo los realizadores – sabe de qué se trata, porque lo único que se conoce es el video promocional de dicho material.
¿No hubiera sido mejor que el embajador peruano en Santiago, Hugo Otero, antes de pedir que no se difunda el documental solicite primero una copia del material y conozca su contenido para luego decidir qué hacer? Porque ahora este asunto ha generado una serie de reacciones en diversos sectores chilenos, que hablan de censura y cuestionan la intervención de la Cancillería peruana en asuntos de libertad de prensa y expresión de Chile. ¿Acaso a nosotros no nos hubiera molestado tanto como a ellos si la situación fuera al revés? Seguro que sí, porque tanto allá como acá hay sectores chauvinistas que siempre aprovechan cualquier situación para ganar notoriedad, por más que no nos conduzca a nada ese tipo de actitudes.
"A mí me pareció necesario (hablar con el canal estatal) y asumo, como canciller, plenamente la responsabilidad, porque tengo la responsabilidad de manejar las relaciones exteriores de Chile. Nosotros hicimos una evaluación, estamos en un momento clave para construir una relación con Perú que supere los traumas históricos”, ha declarado el canciller chileno Alejandro Foxley, cuya intervención en este asunto viene recibiendo fuertes críticas, incluso de sectores oficialistas.
Las palabras de Foxley, al menos, dan la impresión de que en el gobierno Bachelet, como en el de García, existe la disposición de tragar algunos sapos con tal de mantener en buen término las relaciones bilaterales, las cuales recientemente sufrieron su primera crisis a raíz del proyecto chileno que pretendía recortar territorio tacneño. El problema está, parece, en el tamaño del sapo a tragar, pues aquí el batracio se llama límites marítimos, algo que sí puede causar una indigestión de proporciones históricas.
Esta miniserie histórica, que se grabó entre el 2006 y 2007 en 12 ciudades de Chile, Perú y Bolivia, mezcla una investigación periodística con recreaciones de la época. Participaron en su elaboración, las instituciones armadas de los tres países y narra la historia de un cabo chileno cuyo cuerpo fue hallado, en las afueras de Lima, en 1998. En total, se movilizó a más de 850 personas, entre técnicos y actores, y a unos 600 efectivos militares, en más de 400 horas de grabación. El primer capítulo debía transmitirse el miércoles 14, pero se suspendió hasta nuevo aviso.
martes, 13 de marzo de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Me hubiera gustado ver el documental, creo que acá se iba a ver por cable. Muy mal que hasta ahora no superemos los traumas pasados...
Y nosotros qué ¿Cuándo nos animamos nosotros a realizar un trabajo de estos?...
Publicar un comentario