las brutales torturas en Abu Ghraib
No se puede leer sino con indignación – matizada con una pequeña sonrisa en el rostro – la noticia de que el Departamento de Estado de Estados Unidos, en su informe sobre derechos humanos en el mundo – sí, aunque parezca una burla –, critica al Perú por abusos contra presos. El documento incluye las denuncias de tortura que se presentan, con frecuencia, después de un arresto. Refiere que a los familiares se les prohíbe visitar a los sospechosos, y los abogados tienen acceso limitado a los detenidos.
Walker Bush y su gente son personajes de ficción, de una mala ficción. ¿Las alucinadas autoridades de este país, que se creen la conciencia del mundo, acaso desconocen que vivimos en un mundo globalizado, en donde las atrocidades que cometen en los países musulmanes (Irak y Afganistán para ser más precisos) se conocen – casi en tiempo real – en el resto de latitudes? ¿Creen que no sabemos lo que pasa en Abu Ghraib o en Guantánamo o en las prisiones secretas en países de Europa que hace poco tuvieron que admitir que tenían? Con qué autoridad moral pueden venir a sermonearnos sobre los derechos humanos de nuestros presos cuando ellos matan por sospecha, torturan y ultrajan en juegos sexuales medio zoofílicos a cientos de personas detenidas sin otra ‘prueba’ que su origen árabe.
Ya que hablamos de los gringos, Guillermo Giacosa, en su habitual columna de Perú.21, a propósito del susto que se llevó el vicepresidente Cheney en Afganistán cuando un grupo de afganos burló la ‘ultra’ seguridad de la fortaleza de la OTAN – que este visitaba – y logró estallar un coche bomba, escribió: “Esta expresión de la debilidad del poder me recuerda cuando los vietnamitas descubrieron que las bombas gringas tenían un sensor que las hacia guiarse por el olor humano de la urea y vencieron esta sofisticada tecnología con una contratecnología natural tan simple como brillante: antes de iniciar sus trabajos de infiltración en territorio enemigo, procedían a una ceremonia de orina colectiva. Luego, colocaban bolsitas con esos orines en aquellos lugares de la selva que ellos no transitaban logrando así que las bombas se dirigieran al lugar equivocado”.
Añade: “Y los gringos, mientras sacaban pecho y se ufanaban de sus avances científicos, se limitaban a cometer un inocente e inútil 'orinicidio' que solo perjudicaba la floresta de la región, financiada, además, por los contribuyentes de su país. Mientras tanto, los menospreciados vietcong, con el producto de sus riñones, lograban infiltrase entre las líneas enemigas y avanzar para lograr lo que finalmente fue una victoria sobre el ejército más poderoso del planeta”.
Walker Bush y su gente son personajes de ficción, de una mala ficción. ¿Las alucinadas autoridades de este país, que se creen la conciencia del mundo, acaso desconocen que vivimos en un mundo globalizado, en donde las atrocidades que cometen en los países musulmanes (Irak y Afganistán para ser más precisos) se conocen – casi en tiempo real – en el resto de latitudes? ¿Creen que no sabemos lo que pasa en Abu Ghraib o en Guantánamo o en las prisiones secretas en países de Europa que hace poco tuvieron que admitir que tenían? Con qué autoridad moral pueden venir a sermonearnos sobre los derechos humanos de nuestros presos cuando ellos matan por sospecha, torturan y ultrajan en juegos sexuales medio zoofílicos a cientos de personas detenidas sin otra ‘prueba’ que su origen árabe.
Ya que hablamos de los gringos, Guillermo Giacosa, en su habitual columna de Perú.21, a propósito del susto que se llevó el vicepresidente Cheney en Afganistán cuando un grupo de afganos burló la ‘ultra’ seguridad de la fortaleza de la OTAN – que este visitaba – y logró estallar un coche bomba, escribió: “Esta expresión de la debilidad del poder me recuerda cuando los vietnamitas descubrieron que las bombas gringas tenían un sensor que las hacia guiarse por el olor humano de la urea y vencieron esta sofisticada tecnología con una contratecnología natural tan simple como brillante: antes de iniciar sus trabajos de infiltración en territorio enemigo, procedían a una ceremonia de orina colectiva. Luego, colocaban bolsitas con esos orines en aquellos lugares de la selva que ellos no transitaban logrando así que las bombas se dirigieran al lugar equivocado”.
Añade: “Y los gringos, mientras sacaban pecho y se ufanaban de sus avances científicos, se limitaban a cometer un inocente e inútil 'orinicidio' que solo perjudicaba la floresta de la región, financiada, además, por los contribuyentes de su país. Mientras tanto, los menospreciados vietcong, con el producto de sus riñones, lograban infiltrase entre las líneas enemigas y avanzar para lograr lo que finalmente fue una victoria sobre el ejército más poderoso del planeta”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario