Seguirá en el gabinete. (Foto: Paul Vallejos)
El tema que dominó esta la semana los extramuros de la prensa fue la permanencia de la ministra Mazzetti en Interior luego de que fuera desautorizada por el premier Jorge del Castillo en el tema de la compra sobrevaluada de 469 patrulleros para la Policía Nacional.
Resulta que Mazzetti defendió ardorosamente esta adquisición – y a los funcionarios a cargo de ella – en cuanto lugar fue requerida: ante la prensa, el Congreso y el mismo Ejecutivo. Pero sucede que mientras ella ofrecía tenaz resistencia Del Castillo la dejaba sin piso, en señal abierta de televisión, al anunciar la renegociación del contrato con Gildemeister, la firma ganadora de la cuestionada licitación. En otras palabras, el premier reconocía que la negociación que hizo el despacho de Mazzetti fue pésima, e incluso habló de “impericia” para lograr un precio justo por cada camioneta Hyundai Tucson 4x2. ( se pagó cerca de US$ 30 mil por cada una cuando el precio de lista bordeaba los US$ 22 mil).
¿Qué le quedaba hacer a la ministra? El camino más sensato era el de la renuncia y siendo Mazzetti una mujer, además de decente, sensata parecía que esa iba a ser su decisión. Y con ello, además de salvar su honor – porque nadie la ha acusado de corrupta –, asumía la responsabilidad política que le correspondía en este caso, en el que, dicho sea de paso, parece que fue sorprendida. Pero lejos de que esto suceda, Mazzetti aceptó el maltrato. Y por si fuera poco, su permanencia en el cargo no fue gratuita: el presidente García la emplazó en público para que cortara las cabezas de los funcionarios que tuvieron en sus manos la operación de compra, de los cuales algunos eran de su confianza.
Quisiera pensar que Mazzetti no se aleja del cargo porque se niega a convertirse en el primer ‘trofeo de guerra’ del periodismo en lo que va de gobierno (la denuncia de los patrulleros fue hecha por La Ventana Indiscreta), pero cualquiera sea su motivación no le hace ningún favor a su imagen personal – muy buena, por cierto – ni al gobierno aprista, tan empeñado en reescribir la historia de su primer y lamentable paso por el poder. Y pareciera que eso mismo busca el Ejecutivo al anunciar que, de momento, no habrá cambios en el gabinete, pese a que había motivos suficientes para presumir algunos relevos (además de Interior, Justicia y Comercio Exterior estaban en el bolo). Quizás García no le quiere dar gusto ni a la prensa ni a los analistas, y tampoco quiere que le digan a quién cambiar o a quién mantener en el Ejecutivo.
Resulta que Mazzetti defendió ardorosamente esta adquisición – y a los funcionarios a cargo de ella – en cuanto lugar fue requerida: ante la prensa, el Congreso y el mismo Ejecutivo. Pero sucede que mientras ella ofrecía tenaz resistencia Del Castillo la dejaba sin piso, en señal abierta de televisión, al anunciar la renegociación del contrato con Gildemeister, la firma ganadora de la cuestionada licitación. En otras palabras, el premier reconocía que la negociación que hizo el despacho de Mazzetti fue pésima, e incluso habló de “impericia” para lograr un precio justo por cada camioneta Hyundai Tucson 4x2. ( se pagó cerca de US$ 30 mil por cada una cuando el precio de lista bordeaba los US$ 22 mil).
¿Qué le quedaba hacer a la ministra? El camino más sensato era el de la renuncia y siendo Mazzetti una mujer, además de decente, sensata parecía que esa iba a ser su decisión. Y con ello, además de salvar su honor – porque nadie la ha acusado de corrupta –, asumía la responsabilidad política que le correspondía en este caso, en el que, dicho sea de paso, parece que fue sorprendida. Pero lejos de que esto suceda, Mazzetti aceptó el maltrato. Y por si fuera poco, su permanencia en el cargo no fue gratuita: el presidente García la emplazó en público para que cortara las cabezas de los funcionarios que tuvieron en sus manos la operación de compra, de los cuales algunos eran de su confianza.
Quisiera pensar que Mazzetti no se aleja del cargo porque se niega a convertirse en el primer ‘trofeo de guerra’ del periodismo en lo que va de gobierno (la denuncia de los patrulleros fue hecha por La Ventana Indiscreta), pero cualquiera sea su motivación no le hace ningún favor a su imagen personal – muy buena, por cierto – ni al gobierno aprista, tan empeñado en reescribir la historia de su primer y lamentable paso por el poder. Y pareciera que eso mismo busca el Ejecutivo al anunciar que, de momento, no habrá cambios en el gabinete, pese a que había motivos suficientes para presumir algunos relevos (además de Interior, Justicia y Comercio Exterior estaban en el bolo). Quizás García no le quiere dar gusto ni a la prensa ni a los analistas, y tampoco quiere que le digan a quién cambiar o a quién mantener en el Ejecutivo.
Otro punto a destacar en toda esta historia es el importante papel que juega el periodismo como un mecanismo de contrapeso al poder político, para garantizar el correcto funcionamiento de la administración pública y evitar que se levanten en peso el país, como sucedió con Fujimori y su socio Montesinos. Claro que en aquella época la mayoría de medios de comunicación se alquiló a ese régimen y los pocos que se apretaron los cinturones para que no se les caigan los pantalones eran amenazados, perseguidos y demolidos. Ahora, y antes con Toledo, hay democracia y libertad de prensa, aunque de rato en rato salte en la piel del actual gobierno alguna vena autoritaria que no hace sino advertirnos que no debemos bajar la guardia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario